Te perseguía un lobo negro y tratabas de escapar con fervor. No entendías con certeza cuales eran su motivos de caza pero sólo por inercia o instinto corrías hacia la lejana llanura de árboles mansos. Mirando a tu alrededor, miraste a lo lejos y pudiste divisar un letrero, lo que significó el acercamiento a una ruta o algo similar, lo cual exactamente no importaba. Trascendental era llegar a un lugar que te mantuviera a salvo, lejos de la bestia que corría y movía sus mandíbulas con desprecio y ahínco. Apretabas los puños casi clavándote las uñas y un grito ahogado se escondía en tu garganta. Pero seguías corriendo. La muerte amenazaba pero el instinto de supervivencia machacaba macabramente en tu mente, quizás había alguna razón por la cual valía la pena seguir viviendo.
En esos momentos que las piernas ya no te respondían a tal velocidad, comenzabas a recordar esos viejos momentos, esas pausas que hacen caminar buenos instantes entre pizzas y globos. Ahí era donde cobrabas valor, el sol volvía a amanecer y las nubes negras no tapaban tu mejor estrella. Pero tal vez eso no era suficiente, la fiera corría a su presa con presagio de gloria, y vos mirabas ese cartel, ese letrero que te llevaría a estar seguro, sin lobo negro ni problemas angustiosos.
La persecución se tornaba agobiante hasta que el cartel se hizo visible, letras de un platinado dudoso brillaban por el escaso sol de media tarde. Rezaban palabras tachoneadas con aerosol, pero efectivamente eran señal de vida, de salvación. Mirando a ambos lados y firme al frente pudiste ver un cuerpo meciéndose en una hamaca, ¿era eso un oasis?. La persona se mecía tranquilamente y en su quietud se escuchaba el canto de un pájaro quejumbroso y una gaviota que había perdido el mar.
Seguías corriendo a toda velocidad y ese paisaje de total serenidad te dejaba atónito, sabías que el lobo te perseguía y gruñía por la rabia de no poderte apresar, cuando de repente el cuerpo que descansaba en paz en la hamaca se levanta pasivamente y te ve venir atolondrado y temblando del miedo.
Con un grito agudo te llama amistosamente y estira su mano hacia donde estás. Frenás de golpe escuchando con atención y sigilosamente miras para atrás y ya no había lobo, no había problemas, estabas a salvo. Que lindo es tener amigos...